La aberrante, ubicua y neoliberal mafia de la ciencia mexicana... y otras ficciones

Ciudad de México  

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¿Y la directora del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología qué dice o hace al respecto? María Elena Álvarez-Buylla Roces calla o asiente

 

"Al poder se le revisa, no se le aplaude", dijo Víctor Trujillo. Y el Payaso Tenebroso tiene razón. Sin embargo, existe un grupo de usuarios de las "benditas redes sociales" que aún no lo entiende, me refiero a quienes invariablemente aplauden y justifican todo cuanto el titular del Ejecutivo federal dice, hace u omite. Se aferran a una sola lógica: defender al presidente de México. ¿De quiénes? Pues de "los fifís", "los neoliberales" y "las mafias del poder". El mundo de ciencia, tecnología, innovación y emprendimiento no se ha salvado de esa aberrante y exagerada retórica polarizante. Uno de los muchos errores de la administración federal 2018-2024 consiste en menospreciar y denostar a la comunidad científica mexicana.

¿Y la directora del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología qué dice o hace al respecto? María Elena Álvarez-Buylla Roces —acérrima enemiga de todos los transgénicos, pero tolerante de la "astrología culta y erudita" de la directora de Comunicación Estratégica de la institución— calla o asiente. Todavía no se cumple el primer año de gobierno del gabinete de Andrés Manuel López Obrador y ya estoy harta de la retórica de "los fifís", "los neoliberales", las múltiples "mafias del poder", esos malvados de hígados negros que tienen la culpa de absolutamente todo lo malo que le sucede al país. Pero en el caso de cómo una pequeñísima parte de la comunidad científica mexicana pretende hacer ciencia en el país, aquello de la "mafia de la ciencia" no está del todo errado.

Universidades fungiendo como prestanombres ante el Conacyt con tal de asegurarles a otras instituciones o empresas montos destinados a la realización de proyectos; académicos manteniéndose en el Sistema Nacional de Investigadores a fuerza de pluma o papel carbón, publicando artículos insustanciales o refritos de investigaciones y logros pasados (así sean propios o de sus alumnos); servidores públicos adueñándose de equipos comprados con fondos del Conacyt para "cobrarse a lo chino"; proyectos que no resultan ser otra cosa salvo mera apariencia (venta de espejitos, vaya); rectores universitarios privilegiando el apoyo a proyectos de sus aliados dentro de la institución que dirigen (y bloqueando los de los demás). Estos son apenas algunos ejemplos.

Si bien es cierto que lo anterior es una realidad, también es cierto lo siguiente: la Universidad Nacional Autónoma de México patentó en 2018 un total de 44 desarrollos; de 2015 a 2017 se otorgaron al Instituto Politécnico Nacional 23 registros de marca y 40 registros de patentes. Y, de 2013 a 2018, reporta el Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial, las 10 instituciones con mayores solicitudes de registro de patentes en la nación fueron:

1. Centro de Investigación y de Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional (187).

2. Centro de Investigación en Química Aplicada (125).

3. Instituto Mexicano del Petróleo (107).

4. Centro de Investigación y Asistencia en Tecnología y Diseño del Estado de Jalisco (79).

5. Centro de Investigación en Materiales Avanzados (61).

6. Centro de Innovación Aplicada en Tecnologías Competitivas (46).

7. Instituto Nacional de Astrofísica Óptica y Electrónica (37).

8. Centro de Investigación y Desarrollo Tecnológico en Electroquímica (37).

9. Instituto de Investigaciones Eléctricas (29).

10. Instituto Mexicano del Seguro Social (21).

Por otro lado, erróneamente se menosprecia la investigación de ciencia básica (aunque esto no es un fenómeno exclusivo de México). En el mundo de ciencia, tecnología e innovación no todo son patentes y aplicaciones inmediatas para la resolución de problemas de la vida diaria. La ciencia básica importa, y mucho: la ciencia básica genera conocimiento, conocimiento sin el cual sería imposible desarrollar tecnologías. Los conocimientos generados a partir de las investigaciones de ciencia básica no necesariamente impactan de manera directa o inmediata en las diversas esferas sociales, mas no por ello carecen de valor e importancia para un país. ¿Cómo sería el futuro de la computación cuántica o los tratamientos contra el cáncer sin ciencia básica? Inexistente. No hay ciencia aplicada sin ciencia básica.

Ciencia y tecnología mexicanas tienen el potencial de resolver buena parte de los problemas más graves del país y del mundo, mediante desarrollos como: bioplásticos, biocombustibles, un sistema doppler bidireccional para la medición del flujo sanguíneo (herramienta para neurocirugías), nuevas y más eficientes metodologías de creación atlas de riesgos, materiales útiles en la descontaminación del agua, anticonceptivos masculinos orales o cutáneos, maneras de reciclar escombros, suplementos alimenticios útiles contra la obesidad, eliminación del virus del papiloma humano... y un largo etcétera. En los centros de investigación públicos del país actualmente se trabaja en perfeccionar o comercializar estos desarrollos.

Ahora bien, ¿por qué es tan grave que López Obrador menosprecie y denueste a la comunidad científica nacional? Porque si él, con su amplia aceptación y su desproporcionado alcance mediático, transmite a los mexicanos sus propios sesgos, errores e intransigencias en torno al ecosistema mexicano de ciencia, tecnología e innovación, y los mexicanos nos lo creemos todo... entonces estamos jodidos. Estamos jodidos porque si tenemos esas ideas tan tergiversadas acerca de la comunidad científica y su importancia, aceptaremos sin cuestionamiento alguno los injustos y desatinados recortes presupuestales al ramo; y en los siguientes años, sería de esperarse, no exigiremos se respeten las promesas de otorgar al desarrollo científico-tecnológico del país el prometidísimo 1% del producto interno bruto.

Cuando un pueblo (incluidos sus dirigentes) carece de formación de calidad en ciencias y humanidades, cuando no valora a sus científicos, tecnólogos y humanistas, termina creyéndose cualquier misticismo o charlatanería: suplementos alimenticios milagrosos, homeopatía, aplicaciones móviles con "visión de rayos X", terapia de imanes, acupuntura, angeología, limpias, mandas u horóscopos (por mencionar tan sólo nueve timos). En suma, una sociedad que no es crítica corre el riesgo de terminar aplaudiéndole al poder sin cuestionarlo nunca, sin revisar lo que dice y hace (u omite); termina confundiendo a servidores públicos con poseedores de verdades absolutas o salvadores ("la esperanza de México").

 

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