Jair Bolsonaro, extremista que conquistó el centro político de Brasil

Ciudad de México  

Con un mensaje radical convenció a millones de votantes en la primera ronda

 

Su segundo nombre es "Messias" y sus seguidores lo ven como un salvador para el Brasil sacudido por la depresión. Jair Bolsonaro, el candidato que ganó la primera vuelta de las elecciones presidenciales del 7 de octubre de 2018, es la versión brasileña del fenómeno del populismo global.

El ultraderechista del Partido Social Liberal(PSL) estuvo a punto de conseguir la victoria ya en primera ronda, con un mensaje radical que convenció incluso a millones de votantes moderados y que lo convierten en favorito para la segunda vuelta para el 28 de octubre del mismo año, contra el izquierdista Fernando Haddad. La receta de Bolsonaro para conquistar el centro político demuestra la profundidad de la crisis democrática en la principal economía latinoamericana.

El ex capitán del Ejército de 63 años, reúne las características que llevaron al ascenso de Donald Trump en Estados Unidos: una retórica nacionalista e incendiaria, una presencia masiva en las redes sociales y un discurso de ataque frontal contra el sistema político convencional, enormemente desprestigiado en Brasil.

La propuesta más destacada de Bolsonaro es la liberalización de la tenencia de armas para combatir la delincuencia, y su política económica se centra en las clásicas recetas liberales de mercado.

Su alta popularidad - el 46 por ciento de los votos válidos el 7 de octubre-, sin embargo, se la debe sobre todo a su imagen de "antisistema" y de azote de las corruptas élites políticas. Ello, pese a que él mismo es parte del sistema desde 1991, cuando fue elegido como diputado por primera vez.

En su larga carrera política, Bolsonaro ha pasado por nueve partidos distintos y muchas más controversias, siempre defendiendo posiciones radicales. En las hemerotecas abundan las imágenes de sus excesos en el Congreso, ya sea por insultar a sus rivales políticos, a menudo mujeres, o por hacer apología de la última dictadura militar brasileña (1964-1985).

"El error de la dictadura fue torturar y no matar", declaró en una ocasión en 2008. A una diputada del izquierdista Partido de los Trabajadores (PT) durante una disputa le dijo que "no merecía ni ser violada" por ser "fea".

Las grandes armas de Bolsonaro son la provocación permanente y los virulentos ataques contra sus críticos. A menudo es calificado por eso como el "Trump brasileño", aunque también se le compara con el líder filipino Rodrigo Duterte, por sus fantasías violentas para combatir el crimen.

Político visceral y sin un mensaje político elaborado, Bolsonaro amagó durante la campaña con dejar de participar en los debates cuando empezó a quedar mal parado en el cara a cara dialéctico con otros candidatos.

Su nombre no ha sido hasta ahora vinculado a ningún gran escándalo de corrupción. Para muchos detractores, porque como diputado de partidos pequeños no participó nunca en las grandes alianzas políticas tradicionales. Sus seguidores, en todo caso, lo exculpan de todo.

"Bolsonaro es la salvación del país, porque no es corrupto", declaró Mayari Ferrari, estudiante de 25 años de edad. "Esas acusaciones de que es racista y homófobo son todas mentira".

La popularidad de Bolsonaro refleja también la extrema polarización de Brasil. El ultraderechista cosecha fuertes apoyos en las clases medias y altas, mientras que los más pobres apoyan mayoritariamente al PT, del ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva, condenado a 12 años de cárcel por corrupción.

El heredero del carismático Lula, Fernando Haddad, es ahora el último escollo que le queda a Jair Bolsonaro por superar en tres semanas para conquistar definitivamente el centro del poder político en Brasil.

 

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